0 hh!

Hola.

Voy a reducir mi educación y cortesía a eso.

Mi intención no es caerte bien, ser amigas o que termines odiándome.

Yo sé quién eres, tú sabes quién soy pero no en versión completa y eso es algo que nos debo hace mucho porque creo que ahora te entiendo y un poco más de la cuenta. Debí hacerlo, tuve el momento, la oportunidad pero no el escenario ni mucho menos las ganas de lastimarte porque, viéndonos sentadas frente a frente, mi inconsciente gritaba el nombre de un único culpable que estaba a miles de kilómetros asustado y enterado de una entrevista de rutina. Mi mente, pero sobre todo corazón, quería guardar un poco de confianza como salvavidas, porque fue ahí donde me di cuenta que la decepción puede más que un corazón roto.

Tú y yo compartimos un mismo cuerpo, ahora no me siento tan orgullosa de decirlo. Disfruté, gocé, me llené de placer con esos labios, con sus movimientos… pero quise más, siempre quiero más pero las oportunidades hay que tomarlas, sobre todo si no hay advertencia de tu inconsciente, que es más bien uno de los primeros en decirte “ve”.

Todo fue un juego donde el primer paso fue dado por él porque muchas oportunidades hubo en quedarse como una búsqueda de miradas o un “buenos días” de dos totales desconocidos que se encuentran en una ciudad en la que ninguno de los dos es gobernador pero él siempre con la ventaja de la experiencia por delante.

Caí en el juego, di el segundo paso arriesgado con la emoción exacerbada que me produce hacer esas locuras y formar historias increíbles de contar, narrando mi propia historieta interna. Pensé en jamás volver a saber de él pero entre conversaciones que sobrevivieron entre horas largas de trabajo y yo, nada dada a las admiraciones, conocí mi primer paso suicida ansiosa por dar el siguiente… buscándolo, deseándolo, echándome la soga al cuello cada que me sentía correspondida y borrando mi decreto inicial de “es un juego, no lo volveré a ver”.

Fui envuelta por mi imaginación alimentada por sus palabras, llevando de postre la distancia que más que un obstáculo fue desafío, reto y morbo de lograrlo. Maldito cerebro de creer fervientemente en lo imposible, realizado.

Y la vida me llevó de nuevo hasta esa ciudad; no sé quién lo deseó más: Él pidiéndome que vaya cada que tenía la oportunidad con mil soluciones en la punta de la lengua, bajo su auto denominación de “soy el diablo en tu hombro diciéndote que vengas”, o yo planeando faltar a mi agenda de trabajo mientras buscaba vuelos; porque el siempre ha sido esa locura: querer abandonarlo todo para aparecer a su lado y sé que tú también entiendes de eso.

Aun lo recuerdo estacionado afuera de mi hotel, mientras yo temblaba, no sé si por los 10° o por los nervios de no saber qué esperar. Fuimos a mi restaurante preferido después de darnos muchos besos en su auto en predisposición del futuro de esa noche. Pedimos un par de tragos y disfrutaba cada que rompía la distancia de la mesa para quitarme el lápiz rojo de los labios, siendo tentada a quedarme esa noche con él… tentación que ya había asumido como acto una vez más justificándola con el “no sé cuándo vuelva a verlo”, retándolo por fuera con mi contundente “no” como respuesta.

Pero juro solemnemente que no sabía de tu existencia. Parte de la tontedad de mi vida es creer en las personas por yo llevar la boca llena de verdades y eso es un poco más fácil cuando viene de una persona a la que quieres seguir incluyendo en tus días y yo ya estaba en el trance de la fase “crear recuerdos”.

Te preguntarás, tal vez, si en algún momento le pregunté abiertamente si había alguien más en su vida y sí lo hice, mucho antes de aquel primer viaje, entre llamadas nocturnas para no sólo creer en sus palabras sino también en todo lo que acompañan a éstas. Y me creí la primera historia de sus labios, ese “no, estoy solo” se hizo concreto y ya no sólo lo dejaba entrever en nuestras conversaciones.

Y así pasamos juntos la primera y la segunda noche, separándonos sólo para ir a trabajar. Me sentía inyectada de energía, no solo por la satisfacción física… sentía que había descubierto un territorio similar al mío: acompasado, directo y sin tiempo para las confusiones. (...)

“Fluir”, mi palabra preferida pero que pocos saben que eso implica no lastimar a los demás.

Lo admiraba por lo que hacía y la madurez que me había demostrado, fue ahí donde descubrí que “admirar” es una palabra muy potente de la cual pocas veces se regresa.

Reíamos demasiado y no sólo en la cama porque allí es donde al mundo le poníamos pause para ir a visitar el infierno juntos, entrelazados como piezas perfectas de un rompecabezas, yendo a tentar a cada círculo del infierno de Dante para que envidien nuestras llamas.

Y comencé a sentirme incluida, encontrada y no sabes lo rico que es eso. No, sí lo sabes porque estabas dentro sin saberlo, sin desearlo y con más derechos que yo. Yo simplemente soy un alma adicta a las emociones que no pone mucha atención a los títulos y que aún cree en la sinceridad de las personas, sobre todo con aquellas con las que compartes conversaciones eternas y decisiones permanentes. Meses después me preguntaba cómo es que alguien puede incluir a otra persona en su vida y moverla tan rápido. Esto debió servirme de lección para no repetir el plato.

Todo confabulaba para nuestros encuentros. El trabajo me regresó a esa ciudad dos semanas después, como si el infierno de Dante pidiera una revancha, como si el mismísimo Judas gritara nuestro nombre reclamándonos desde la boca del diablo, como si el círculo de la lujuria hubiera inaugurado una nueva sección con nuestros nombres y apellidos.

Las noches juntos se hacían eternas, infinitas… una real ampliación de las primeras noches que duraron dos semanas y nadie aparecía, tú no aparecías y mi seguridad de pensar en la casualidad y benevolencia de haberlo encontrado iba a todo motor.

Hasta que unas noches antes, cuando después de cenar y hacer un brindis por nosotros, me llevaba a conocer su nuevo departamento para saber si me gustaría el lugar donde me quedaría en mi siguiente retorno, una llamada que él ignoró en los primeros segundos interrumpió mi desenfrenado canto de “all of my life where have you been, i wonder if I ever see you again” (Again - L.K.). Su gesto de arrepentimiento por soltar el celular lo llevó a tomar la llamada con una voz seca y lineal: “Hola, estoy manejando. Hablamos luego. Me estoy yendo a ver mi nuevo departamento”, dijo.

Aun me pregunto qué fue pero algo en mí se movió y él lo supo. Luego de la visita preguntaba constantemente qué sucedía… una de sus virtudes imprimadas para mí fue el poder interpretar mi rostro y gestos, siempre me sorprendía interpretándome hasta mucho mejor que yo.

No sabía nada, necesitaba saberlo y aquí fue el primer acto contra mi ideología. Él, con la capacidad que tiene para dormirse rápido, tomé su celular alegando dejarlo en el buró antes de que me atrape entre sus brazos para dormir y no soltarme hasta que suene el despertador. El registro de llamadas me dio tu nombre.

Pensé varias horas esa noche sobre qué hacer con esa información no corroborada. Ideé el plan y, entre sueños, lo increpé diciéndole que me había llamado por tu nombre.

Funcionó.

Y aquí va, posiblemente, la segunda y más grande mentira que me creí más por conveniencia que por lógica. Él no quería lastimar a la última enamorada que había tenido hace meses acrecentando la culpa que cargaba porque [...] y yo le pedía, mientras me regresaba del de brazo de la puerta del edificio, que no estaba para ser una tercera en la historia de nadie.

Yo sé que tú me entiendes en esto. Una de las cosas que me dijeron “aquí es”, fue idearme su historial limpio de contactos. El vivir en un puerto pequeño te hace coincidir en historias, motivo por el cual salí apenas pude a distintas ciudades. Nunca me gustó la idea de entrelazar mis historias pero a veces de lo que se huye, es lo primero de lo que encuentras. ¡Y quién lo diría! Tú y yo del mismo lugar de reducida cantidad de habitantes, muchos amigos en común y alguien más.

Le creí y hasta pensé que era un alma buena por querer tratarte así. Me prometió que arreglaría la situación para que ya no me sintiera mal. Tercera mentira de la historia.


¿Recuerdas cuando nos vimos en la entrevista de trabajo? No te había reconocido; créeme, por favor, hasta que vi los papeles. Dime, tú si me reconociste ¿verdad? Querías que fuese yo quien te entrevistara, sé que también estabas sedienta de información al igual que yo, eso no lo voy a negar pero no iba a hacer nada que atentara contra “tu salud”. Conversamos del trabajo y cuando te dije que también era de tu misma ciudad, tomaste la pelota y el resto de conversación ya obviamente la recuerdas.

[...]; me preguntaste cómo lo había conocido y si nos habíamos vuelto a ver [...]. Preferí mantenerte a salvo, te dije que “no” y vi cómo disfrutaste al decirme “vamos a cumplir 6 meses”; dejé que goces y que me cuentes más cosas mientras mi ética profesional corría a salvarme dándote consejos de cómo mantener tu relación a distancia y observando que era un tema que tú no querías dar por terminado, contándome cosas de él que obviamente yo ya sabía.

[..]. Hice una buena labor salvaguardándote ¿verdad? Si él ya había lastimado a una, no tenía por qué haber dos. Sus excusas terminaron por destruir todo el concepto de madurez y admiración que tenía de él y es por ello que digo que la decepción puede más que un corazón roto.

Aun me pregunto por qué me afectó tanto. No me sentía enteramente destruida o estampada contra el pavimento; se sentía como algo peor, era como un vuelo en picada que jamás terminaba, un abismo que nunca llega a su fin… de tanto averiguar de la palabra pecado cuando estábamos juntos, ahora me tocaba averiguar sola de la existencia de un limbo que jamás terminaba por ese deseo insatisfecho de casi haber conocido a Dios.

Él nunca había sido mío pero yo sí me había declarado enteramente suya por voluntad propia. Él nunca había sido mío pero qué bien se sintió creer que sí.

En esa caída libre vi cómo los del círculo de la lujuria del infierno de Dante se reían de mí al haberlos confundido con el cielo.

0 hh!
Miércoles 15 de abril de 1999, 12.35 am.
Nubes, nubes en mi cuarto en medio de la noche... Mis pensamientos se elevan y no quiero controlarlos, sonrío. Tú voz tallada en mis recuerdos invade todo sentido y razón, la benevolencia del cielo me ha llegado, la recompensa por todo lo luchado... Tú, la proclamación exorbitante de un ser celestial en este mundo de seres infernales; mi suerte por haberte encontrado.
0 hh!
Mi cuerpo desnudo en mi cama no es el mismo sin tu cuerpo desnudo también en mi cama.

https://youtu.be/GemKqzILV4w
 

Copyright © 2013 Mucha mierda y un café | Design by Tuwet.com