Hola.
Voy a reducir mi educación y
cortesía a eso.
Mi intención no es caerte bien,
ser amigas o que termines odiándome.
Yo sé quién eres, tú sabes quién
soy pero no en versión completa y eso es algo que nos debo hace mucho porque
creo que ahora te entiendo y un poco más de la cuenta. Debí hacerlo, tuve el
momento, la oportunidad pero no el escenario ni mucho menos las ganas de
lastimarte porque, viéndonos sentadas frente a frente, mi inconsciente gritaba
el nombre de un único culpable que estaba a miles de kilómetros asustado y
enterado de una entrevista de rutina. Mi mente, pero sobre todo corazón, quería
guardar un poco de confianza como salvavidas, porque fue ahí donde me di cuenta
que la decepción puede más que un corazón roto.
Tú y yo compartimos un mismo
cuerpo, ahora no me siento tan orgullosa de decirlo. Disfruté, gocé, me llené
de placer con esos labios, con sus movimientos… pero quise más, siempre quiero
más pero las oportunidades hay que tomarlas, sobre todo si no hay advertencia
de tu inconsciente, que es más bien uno de los primeros en decirte “ve”.
Todo fue un juego donde el primer
paso fue dado por él porque muchas oportunidades hubo en quedarse como una
búsqueda de miradas o un “buenos días” de dos totales desconocidos que se
encuentran en una ciudad en la que ninguno de los dos es gobernador pero él
siempre con la ventaja de la experiencia por delante.
Caí en el juego, di el segundo
paso arriesgado con la emoción exacerbada que me produce hacer esas locuras y
formar historias increíbles de contar, narrando mi propia historieta interna.
Pensé en jamás volver a saber de él pero entre conversaciones que sobrevivieron
entre horas largas de trabajo y yo, nada dada a las admiraciones, conocí mi
primer paso suicida ansiosa por dar el siguiente… buscándolo, deseándolo,
echándome la soga al cuello cada que me sentía correspondida y borrando mi
decreto inicial de “es un juego, no lo volveré a ver”.
Fui envuelta por mi imaginación
alimentada por sus palabras, llevando de postre la distancia que más que un
obstáculo fue desafío, reto y morbo de lograrlo. Maldito cerebro de creer
fervientemente en lo imposible, realizado.
Y la vida me llevó de nuevo hasta
esa ciudad; no sé quién lo deseó más: Él pidiéndome que vaya cada que tenía la
oportunidad con mil soluciones en la punta de la lengua, bajo su auto
denominación de “soy el diablo en tu hombro diciéndote que vengas”, o yo
planeando faltar a mi agenda de trabajo mientras buscaba vuelos; porque el
siempre ha sido esa locura: querer abandonarlo todo para aparecer a su lado y
sé que tú también entiendes de eso.
Aun lo recuerdo estacionado
afuera de mi hotel, mientras yo temblaba, no sé si por los 10° o por los
nervios de no saber qué esperar. Fuimos a mi restaurante preferido después de
darnos muchos besos en su auto en predisposición del futuro de esa noche.
Pedimos un par de tragos y disfrutaba cada que rompía la distancia de la mesa
para quitarme el lápiz rojo de los labios, siendo tentada a quedarme esa noche
con él… tentación que ya había asumido como acto una vez más justificándola con
el “no sé cuándo vuelva a verlo”, retándolo por fuera con mi contundente “no”
como respuesta.
Pero juro solemnemente que no
sabía de tu existencia. Parte de la tontedad de mi vida es creer en las
personas por yo llevar la boca llena de verdades y eso es un poco más fácil
cuando viene de una persona a la que quieres seguir incluyendo en tus días y yo
ya estaba en el trance de la fase “crear recuerdos”.

Y así pasamos juntos la primera y
la segunda noche, separándonos sólo para ir a trabajar. Me sentía inyectada de
energía, no solo por la satisfacción física… sentía que había descubierto un
territorio similar al mío: acompasado, directo y sin tiempo para las
confusiones. (...)
“Fluir”, mi palabra preferida
pero que pocos saben que eso implica no lastimar a los demás.
Lo admiraba por lo que hacía y la
madurez que me había demostrado, fue ahí donde descubrí que “admirar” es una
palabra muy potente de la cual pocas veces se regresa.
Reíamos demasiado y no sólo en la
cama porque allí es donde al mundo le poníamos pause para ir a visitar el
infierno juntos, entrelazados como piezas perfectas de un rompecabezas, yendo a
tentar a cada círculo del infierno de Dante para que envidien nuestras llamas.
Y comencé a sentirme incluida,
encontrada y no sabes lo rico que es eso. No, sí lo sabes porque estabas dentro
sin saberlo, sin desearlo y con más derechos que yo. Yo simplemente soy un alma
adicta a las emociones que no pone mucha atención a los títulos y que aún cree
en la sinceridad de las personas, sobre todo con aquellas con las que compartes
conversaciones eternas y decisiones permanentes. Meses después me preguntaba
cómo es que alguien puede incluir a otra persona en su vida y moverla tan
rápido. Esto debió servirme de lección para no repetir el plato.
Todo confabulaba para nuestros
encuentros. El trabajo me regresó a esa ciudad dos semanas después, como si el
infierno de Dante pidiera una revancha, como si el mismísimo Judas gritara
nuestro nombre reclamándonos desde la boca del diablo, como si el círculo de la
lujuria hubiera inaugurado una nueva sección con nuestros nombres y apellidos.
Las noches juntos se hacían
eternas, infinitas… una real ampliación de las primeras noches que duraron dos
semanas y nadie aparecía, tú no aparecías y mi seguridad de pensar en la casualidad
y benevolencia de haberlo encontrado iba a todo motor.
Hasta que unas noches antes,
cuando después de cenar y hacer un brindis por nosotros, me llevaba a conocer
su nuevo departamento para saber si me gustaría el lugar donde me quedaría en
mi siguiente retorno, una llamada que él ignoró en los primeros segundos
interrumpió mi desenfrenado canto de “all of my life where have you been, i
wonder if I ever see you again” (Again - L.K.). Su gesto de arrepentimiento por
soltar el celular lo llevó a tomar la llamada con una voz seca y lineal: “Hola,
estoy manejando. Hablamos luego. Me estoy yendo a ver mi nuevo departamento”,
dijo.
Aun me pregunto qué fue pero algo
en mí se movió y él lo supo. Luego de la visita preguntaba constantemente qué
sucedía… una de sus virtudes imprimadas para mí fue el poder interpretar mi
rostro y gestos, siempre me sorprendía interpretándome hasta mucho mejor que
yo.
No sabía nada, necesitaba saberlo
y aquí fue el primer acto contra mi ideología. Él, con la capacidad que tiene
para dormirse rápido, tomé su celular alegando dejarlo en el buró antes de que
me atrape entre sus brazos para dormir y no soltarme hasta que suene el
despertador. El registro de llamadas me dio tu nombre.
Pensé varias horas esa noche
sobre qué hacer con esa información no corroborada. Ideé el plan y, entre
sueños, lo increpé diciéndole que me había llamado por tu nombre.
Funcionó.
Y aquí va, posiblemente, la
segunda y más grande mentira que me creí más por conveniencia que por lógica.
Él no quería lastimar a la última enamorada que había tenido hace meses
acrecentando la culpa que cargaba porque [...] y yo le pedía, mientras me regresaba del de brazo de la puerta del
edificio, que no estaba para ser una tercera en la historia de nadie.
Yo sé que tú me entiendes en
esto. Una de las cosas que me dijeron “aquí es”, fue idearme su historial
limpio de contactos. El vivir en un puerto pequeño te hace coincidir en
historias, motivo por el cual salí apenas pude a distintas ciudades. Nunca me
gustó la idea de entrelazar mis historias pero a veces de lo que se huye, es lo
primero de lo que encuentras. ¡Y quién lo diría! Tú y yo del mismo lugar de
reducida cantidad de habitantes, muchos amigos en común y alguien más.
Le creí y hasta pensé que era un
alma buena por querer tratarte así. Me prometió que arreglaría la situación
para que ya no me sintiera mal. Tercera mentira de la historia.
¿Recuerdas cuando nos vimos en la entrevista de trabajo? No te había reconocido; créeme, por favor, hasta que vi los papeles. Dime, tú si me reconociste ¿verdad? Querías que fuese yo quien te entrevistara, sé que también estabas sedienta de información al igual que yo, eso no lo voy a negar pero no iba a hacer nada que atentara contra “tu salud”. Conversamos del trabajo y cuando te dije que también era de tu misma ciudad, tomaste la pelota y el resto de conversación ya obviamente la recuerdas.
[...]; me preguntaste cómo lo había conocido y si nos habíamos vuelto a ver [...]. Preferí mantenerte a salvo, te dije que “no” y vi cómo disfrutaste al decirme “vamos a cumplir 6 meses”; dejé que goces y que me cuentes más cosas mientras mi ética profesional corría a salvarme dándote consejos de cómo mantener tu relación a distancia y observando que era un tema que tú no querías dar por terminado, contándome cosas de él que obviamente yo ya sabía.
[..]. Hice una buena labor salvaguardándote ¿verdad? Si él ya había lastimado a una, no tenía por qué
haber dos. Sus excusas terminaron por destruir todo el concepto de madurez y
admiración que tenía de él y es por ello que digo que la decepción puede más
que un corazón roto.
Aun me pregunto por qué me afectó
tanto. No me sentía enteramente destruida o estampada contra el pavimento; se
sentía como algo peor, era como un vuelo en picada que jamás terminaba, un
abismo que nunca llega a su fin… de tanto averiguar de la palabra pecado cuando
estábamos juntos, ahora me tocaba averiguar sola de la existencia de un limbo
que jamás terminaba por ese deseo insatisfecho de casi haber conocido a Dios.
Él nunca había sido mío pero yo
sí me había declarado enteramente suya por voluntad propia. Él nunca había sido
mío pero qué bien se sintió creer que sí.
En esa
caída libre vi cómo los del círculo de la lujuria del infierno de Dante se
reían de mí al haberlos confundido con el cielo.